¿Qué es lo que hacemos, si no son actos de sobrevivencia, desde que amanece el día?
El acicate del trabajo asalariado, impele levantarnos temprano, preparar nuestro desayuno y salir raudo con el beso de reojo supliendo la plena despedida. Mi esposa me bendice. Dibuja la señal de la cruz con la mirada y su mano derecha. Mientras yo estoy saliendo hacia el ascensor, con la mascarilla y el protector facial y los protocolos de biodeguridad controlando mis movimientos.
Han pasado siete meses de pandemia y mi forma de sentirme vivo ha sido compartir mi lenguaje escrito, como un verso que intenta ser esquivo de su realidad.
Con vuestra venia, permitánme seguir expresándome.
El Agustino, 8 de octubre de 2020
