Caminaba el indio respirando la tierra húmeda como cuando niño sin importancia. Esta vez de prisa sorteando grandes y extendidas hojas que acariciaban sus pies descalzos tibios. Antes hacía un alto para curiosear bajo esa frondosidad y algunos minutos largos quedaba observando el objetivo de la marcha de las hormigas, otras de cuclillas juntando bichos de anillos sonrosados para señuelo de la pesca posterior. Llovía y apresuraba. Un riachuelo se dibujó pronto a su vista cerca a una casa hecha de palo con harto trasluz para el viento sin densidad, para los astros que promueven vida. Acarició estar cerca. Veía cómo un fino humo que salía de la casa con aroma de café se perdía entre la lluvia. La alegría de su esposa que siempre le esperaba dejaba oír un canto tenue y agudo que cubría el cielo. Despeinado, oxigenado frente a la puerta con víveres sobre el hombro exclamó: «¡Coral, llegueeé…!».
14 de agosto, 2018
